préstamos lingüísticos
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Los préstamos lingüísticos

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Los préstamos lingüísticos se refiere a una palabra o morfema de una lengua que fue tomada o prestada, con poca o ninguna adaptación, por otra lengua, ya sea por bilingüismo, por influencia cultural o porque a través de esa lengua se introdujo el objeto, el fenómeno o la situación a la que refiere.

En muchas lenguas —como el español— la influencia cultural está mal vista, al punto de que al préstamo lingüístico se le llama de muchas formas, todas ellas despectivas, como extranjerismo, barbarismo —de bárbaro, ‘el que hablaba mal el latín’— o colonialismo cultural. Esto se debe a que por mucho tiempo se pensó que la lengua castellana debía permanecer pura y fija, sin que nada ni nadie la corrompiera; esa tradición —que viene desde los orígenes de la Real Academia Española, cuyo lema es «limpia, fija y da esplendor»—, dio lugar a una utopía: que las lenguas son estables, inamovibles y fijas, y que además no pueden evolucionar o cambiar porque eso significaría corromperse y dañarse, e incluso pudrirse.

Al llegar a América, los españoles «tomaron prestadas» palabras indígenas como hamaca, patata, maíz, huracán, cacique, hule o tabaco, para referirse a objetos que no conocían.

¿Por qué no nos gustan los préstamos?

Del mundo antiguo al mundo moderno la colonización dio lugar a la imposición de muchas lenguas: el opresor o conquistador imponía la suya al conquistado, empezando por los romanos que impusieron el latín a todas las culturas que anexaron a su imperio —y por supuesto hoy en día los descendientes de esas culturas hablamos lenguas latinas o romances— y después, ahí tenemos al francés y al portugués y al chino; muchas lenguas que se han impuesto sobre otras.

Cada día son más los españolismos que se incorporan al Webster’s y al Oxford Dictionary. Ya bien lo dicen Rafael Martínez Enríquez y Laura Furlan Magaril: «El inglés, en el arte de la guerra y el desarrollo cultural, en particular en la componente científica, —en el siglo xvi— había dejado a España a la zaga, aprendiendo en el camino a responder, como G. Harvey, «¿por qué, en el nombre de Dios, no podemos nosotros, al igual que los griegos, poseer el reino de nuestro propio lenguaje?».  La fuerza del nuevo inglés provenía, en gran medida, de su disposición para enriquecerse con el «aumento anual» de palabras vernáculas que superaba a lo que ocurría con otras lenguas, pues «a diario nuevas tutelas son inventadas».

Fuente: ayp.org.ar

Infografía elaborada por Infografiar.com

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