Feminismo: Guía completa para principiantes
Definición de feminismo
A lo largo de los últimos años, la palabra feminismo ha ido tomando relevancia en muchos contextos, en algunos de ellos rodeada de una connotación negativa, hasta hacerse un hueco en cualquier debate político o de bar. El feminismo no es odiar a los hombres, ni querer la supremacía de las mujeres. No es una moda, aunque efectivamente, está de moda, es mucho más que eso. La Real Academia Española (RAE) define el feminismo como “el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre así como el movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo”. Aún así, todavía hay cierta reticencia a declararse abiertamente feminista o a apoyar esta ideología por parte de algunos grupos a causa del desconocimiento de su significado.
No es un antónimo de ‘machismo’
El feminismo no busca la superioridad de la mujer respecto al hombre, sino que es la ideología que defiende la igualdad en aspectos sociales, culturales y económicos entre ambos sexos. A pesar de ello, la similaridad semántica de la palabra con el concepto de machismo hace que en muchas ocasiones adquiera un significado incorrecto en el que se la considera una especie de ‘antónimo’ de esta. En ese sentido, el error de interpretación más habitual del concepto ‘feminismo’ lo hace adoptar el significado que actualmente ostenta la palabra ‘hembrismo’.
El ‘hembrismo’, que no es un concepto recogido todavía por la RAE, es popularmente conocido como la palabra equivalente al machismo aunque en sentido contrario. Así, el ‘hembrismo’ impulsa la preponderancia de la mujer, mientras que el machismo privilegia al hombre y ninguno de los dos apuesta por la igualdad de género. Esta idea también suele vincularse al concepto de la misandria, que es el desprecio a los varones.
El feminismo en la historia
Primera Ola: el derecho al voto y a la educación
La primera ola del feminismo se concentró en demoler el rol femenino como subordinado y subsirviente del masculino, y los objetivos políticos para lograrlo eran claros: conseguir el derecho al voto, lo que les daría el poder para acceder a una educación igualitaria, así como libertad física y financiera de sus tutores varones.
La agenda de esta primera ola se consolidó en 1848, con tan solo 300 mujeres y hombres dentro de las filas. En este momento histórico había un vínculo significativo con la intención antiabolicionista y sufragista que dio foro a activistas como Sojourner Truth y Paulie Murray. La primera ola entendía la igualdad de derechos como la admisión de las mujeres en los espacios políticos y económicos, pero una existencia plena consta de más aspectos, por eso no podemos decir que el solo hecho de conseguir el derecho al voto y a la educación el feminismo se volviera igualitario desde un punto de vista jurídico, o que había triunfado de nuevo y sobrevivido su utilidad.
Segunda Ola: la radicalización y la revolución sexual
La década de los 60 y 70 se desenvolvió dentro de un marco de movimientos anti-guerra, desconfianza hacia el Estado, el movimiento de derechos civiles y una creciente conciencia acerca de las minorías sociales que no eran de sexo o raza. Si bien, el pensamiento radical dentro del movimiento ya existía desde la primera ola, este se normaliza y se adopta como parte fundamental del proceder feminista. Voces como las de Gloria Steinem, Angela Davis o Dolores Huerta se vuelven representativas del movimiento. La pieza central de esta fase se centra sobre los derechos reproductivos y sexuales, el empoderamiento femenino, el anticolonialismo y el inicio de un enfoque interseccional.
Con presencia de mujeres en más espacios fuera del hogar, ya no se trataba solo de las mujeres como un solo grupo. El feminismo comienza a abarcar más temas: las mujeres y los derechos civiles, las mujeres y el trabajo, las mujeres y su rol en el campo, entre otros. Es en estos años en los que se consolida como una corriente social y política de alcance mundial. Para la década de los 90, que vio los años finales de la segunda ola y los albores de la tercera, había surgido otro marco conceptual que vendría a cambiar cómo entendemos el feminismo de base y a diversificarlo aún más: la teoría queer.
Tercera Ola: interseccionalidad y teoría queer
La década de los 80 fue especialmente dura para la comunidad LGBT, la respuesta pública ante la epidemia de SIDA dejó clara la necesidad de crear organizaciones que abogaran por la dignidad humana de las personas no heteronormadas. El género y la sexualidad comenzaron a ser tema de coyuntura tanto del feminismo como del movimiento LGBT. La consecuencia epistémica de este momento espacio-tiempo es la teoría queer.
El término fue acuñado por Teresa de Lauretis en 1991 en un diario de estudios culturales feminista. El término abarca tres aspectos: no dimensionar la heterosexualidad como el único ejemplo de la sexualidad; desafiar la creencia de que los estudios de la sexualidad lesbiana y gay son una sola cosa; y la visibilización de cómo la raza y la etnicidad influyen sesgos sexuales.
Con esta última pieza, el feminismo define los temas principales con los cuales se les asocia en la búsqueda de justicia y equidad: sexo, raza, etnia y clase económica, sexualidad y género. Fue esta diversidad de temas lo que hizo necesaria la intersección como ejercicio básico del movimiento. Esto permite cubrir más áreas de desigualdad, pero de la misma forma, crea disonancias epistémicas importantes dentro del feminismo. Nos invita a cuestionar ¿de qué se trata realmente? ¿Tenemos un punto común si hay diferencias tan marcadas en distintos sectores del feminismo? ¿Cómo se puede decir que personas pro vida y pro derechos reproductivos pertenecen al mismo movimiento? ¿Cómo suponer lo mismo de personas que reconocen los espectros de género y la transexualidad y personas que no lo hacen?
Cuarta Ola: un feminismo diverso
Los anteriores cuestionamientos forman parte del marco teórico de la cuarta ola del feminismo iniciada a principios de los 2000, cuyos temas centrales son el acoso sexual, el estándar de belleza física (bodyshaming) y la cultura de la violación. No estamos hablando de temas sencillos pero tampoco nuevos. El feminismo ha tenido que resignificarse constantemente desde sus inicios. Dentro de este proceso siempre hay ideas y perspectivas que fueron “normales” o “positivas” en un contexto temporal específico pero ya no lo son en el siguiente.
Paulie Murray, quien sentó las bases legales para el fin de la segregación racial, defendió el uso de la de la palabra negro en los años 40; Gloria Steinem, una de las líderes más prominentes del feminismo de la segunda ola firmó una carta que ayudó a validar la tolerancia del discurso transfóbico en 2020. Si bien compartió una perspectiva diferente dos años después, firmando otro mensaje público en favor de los derechos de las personas transgénero en 2022, el proceder de Steinem proceder deja claro que el feminismo no está escrito en piedra, no está exento de crítica, nuevos aprendizajes y evolución. Y si es algo cambiante hasta para una misma persona al pasar de los años, lo es aún más para los millones de personas que se entienden a sí mismas como feministas.
¿Esto quiere decir que el feminismo como tal ya no existe o que perdió su dirección y propósito? ¿Que por eso ya no es efectivo o necesario? En absoluto, el feminismo como movimiento social ha sobrevivido el tiempo suficiente y se ha integrado a la fibra social de tal manera que lo que necesita no es desaparecer, sino establecer métodos, críticas y lineamientos concretos. Definir no solo para quién es, sino para quienes, como respuesta a todas las demás áreas de desbalance social a las cuales el feminismo se dirige actualmente. Organizarse, agendar y dirigirse a los temas planteados en esta última ola con los aprendizajes obtenidos en el contexto social y político actual, sin aferrarse a aquellos que en su momento sí representaron un avance pero que hoy son anacrónicos.
Fuente: Observatorio y El Periódico